El Bueno, el Malo y el Feo
Judith Castillo
Estos primeros días de septiembre, trabajando con un equipo, les propuse un reto en torno al cambio y adaptabilidad. Un ejercicio en sala, para luego identificar las dinámicas que en situaciones reales del equipo podrían darse y frenar o ayudarles.
La mejor de las soluciones requería contacto físico cercano. Algo no habitual en un equipo de 10 hombres trajeados, salvo que hubieran jugado al rugby o practicado artes marciales.
Ronda tras ronda, elaboraban estrategias para llegar a la meta y lo más probable era que en el camino algunos se iban a sentir incómodos, incluso que alguien llegara a decir que la propuesta era absurda para evitar enfrentarse a lo incómodo.
Algunos lo pensaban, nadie lo decía. Porque reconocer en público lo que incomoda, sin estar seguro que otros también lo piensan, es correr el riesgo de quedarse identificado con aquella etiqueta.
Hasta que uno, con humor, rompió la barrera. Con tono jocoso dijo lo que podría resultar molesto en el camino a la meta. Un comentario sin más, pero con efecto liberador, al menos para algunos. Dejó claro lo que pensaba, pero que a pesar de ello iba a hacer lo posible para conseguir el mejor resultado. Así ayudó a abrir camino para probar más vías de llegar a la meta.
El Bueno, el Malo y el Feo es una de las películas más conocidas del género Spaghetti Western.
¿Y a qué viene esto?, más alla del gusto de recordar la peli…
Pues, en los equipos, ante un reto, se suele compartir lo bueno (lo que puede hacer avanzar, ideas para alcanzar la meta). También suele haber siempre alguna o varias personas que enseguida van a sacar todas las pegas a una propuesta, o dicho de otra manera, “lo malo”. Pero de “lo feo” se habla poco. Lo feo es lo que incomoda, aquello que no debería ser un obstáculo, pero molesta. Y condiciona el compromiso y la energía que ponemos para lograr un reto.
Si lo feo no se nombra, puede bloquear en silencio cualquier plan. Nombrarlo no lo agranda, con suerte quita barreras.
Por ello viene bien que un equipo se entrene a acoger ese tipo de “revelaciones”, que reconozca el valor de decirlo abiertamente para que se perciba como algo normal. Que luego se pueda tener en cuenta o no es otra cosa, pero al menos no bloquea en silencio.
En la película de Sergio Leone, Eli Wallach, alias Tuco, es un feo fantástico. Y después de casi 60 años sigue valer la pena verla, aunque sea por la inolvidable banda sonora del genio Ennio Morricone.
¡Feliz semana!